Es como un incólume invernadero,
allí suelen despejarse
algunas ideas de puras alucinaciones,
fríos que duelen,
dolores que llegan muy dentro,
el rodear de vistas precisas
las pocas inquietudes
y llegar a pensar en la nada
como nada, sin tiempo
ni memoria,
nos salvan los duendes,
esos pequeños grumetes
de un barco que a la deriva
depende de ellos,
mis duendes son, los salvadores
de mi alma
sin historias, sin
vagancias. ellos
y la noche, escondidos en
los recónditos placeres
de algún lucero escapado de un cuento
de Salgari,
imágenes empapadas en sueños
truncos, en papeles gastados
de escrituras viejas y aquel poema,
el primero, ese que te deslumbró
cuando la brisa de aquella noche
cubría el cuerpo tibio
de una mágica noche de misterios.