Solamente el amor de una madre, es comparable a un pálido destello del amor de Dios, el amor de Dios está sobre todos los seres, sobre todas las cosas y sobre todo el universo.
El amor de una madre está sobre todas las imperfecciónes que su hijo pueda tener, para una madre no hay hijo malo, porque toda ella es tolerancia, espera y perdón, que es la acción más grande y sublime que pueda tener el corazón humano.
Dios es amor, es perdón y es vida, y la vida es la manifestación de la presencia de Dios en todos los seres, en todas las cosas y en todo el universo.
Una madre tiene la misión más grande, manifestar la presencia de Dios al generar vida y amor en su vaso maternal.
Generadoras de vida, modeladoras de almas, directrices de destinos, flores de amor y de sacrificio. Exponentes de sinceridad efectiva y resignados sufrimientos, transformados muchas veces en amorosa alegría, porque el conjuro de sus sabios consejos, han podido cambiar el mal camino que su hijo llevaba, para dejarlo centrado en el camino del bien.
Por esto, y por todas las cosas bellas que se puedan decir en honor de todas las madres del mundo, os digo:
Amalas, protéjelas, compréndelas, cúralas y halagalas en sus más sencillos deseos, porque así, apenas estarás dándoles algo de lo mucho que ellas te han dado.
Si tienes una madre sobre la tierra, procura que tus pensamientos y acciónes produzcan en ella, alegría, amor y felicidad.
Si tienes una madre allá en el cielo, eleva una oración al Todopoderoso, con la fragante flor de la gratitud y el sacrosanto recuerdo de ella, que será la luz que siga iluminando aquí en la tierra