De pie,
a solas contigo,
una tarde,
supe de mi propio desatino,
porque estabas,
(yo no te veía)
igual que la angustia
en medio de mil sueños,
vestida de piel.
Eras sol,
tormenta,
nieve y sombra,
ola transparente,
traslúcido,
oscuridad poblada
de mágicos desvaríos.
Noche,
fresca y lacerante
la que tuve entre mis brazos,
rendida,
extasiada en la caricia inacabable,
en los besos impetuosos,
en la boca,
en los labios atacados,
en el desvelo;
para luego,
(y yo no te palpaba)
quedarte dormida en silencio,
distante,
un segundo,
ella sola,
noche de un día.