Sus zapatitos de tacón ya no dan para más,
la voz rota,
se le cuela la música por el cuerpo
y los labios rojos
le amargan por la última copa barata,
un juicio precipitado puede llegar a equivocarte,
un pasado de chicles masticados por el aburrimiento,
un puzzle de sentidos,
inspiraciones mágicas de euforia descontrolada.
Rozándose como una gata
por las paredes llenas de espejos y gotelé,
a la vez un punto dulce y otro agrio
en sus bailes de niña bien.
Su virtud y su presencia se irán un día con ella
y no quedarán más que la percepción
de los ojos que desnudan su figura.
Ya no está la mirada de él,
la mirada de caramelo
que la fundía en un plis-plás,
han quedado en su lugar
las lascivas y estiradas persuasiones
en lo que ven los demás
que comprimen su alma al bailar.