Descalzo, como el niño que fui, voy silbando por la senda serena. Los sauces, me llaman con sus largas melenas, desempolvando aromas de brisas lejanas. ¡De nuevo conversan, el arroyo y mis silencios! Como entonces, cuelgo caminos en el cielo, para esos viajeros que buscan su rumbo; y en cuenco de plata les sirvo, sorbos de esperanza para sus aventuras. La barca, detiene su andar peregrino, y aquel dios antiguo, me engaña —con un ramito de amapolas— prometiéndome, que en su reino, otra vez la veré…