En el otoño de la vida
van cayendo las palabras
de las ramas de la mente,
como las hojas que el viento
sacude y lleva, inclemente.
Se va quedando desnuda
el alma sin su follaje;
se secan los pensamientos
y afloran los sentimientos
en una conciencia muda,
perdido ya su lenguaje.
En el ocaso de la vida
se va aquietando el cerebro
como el céfiro de oriente;
se van ahogando los ruidos
que nos tenían aturdidos
con su barullo insolente.
En el invierno de la vida
queda el tronco reluciente
con su corona de ramas
sin palabras, sin sonidos,
sin ansias ni prisas vanas;
elevándose imponente
y recortando su silueta
contra el azul firmamento,
sin el lastre ni el tormento
que lo ahogaba anteriormente.
Surge entonces la Conciencia
con su radiante hermosura,
y su silueta esplendente
se ilumina con ternura
sin prisa, pacientemente,
subiendo de las raíces
con una luz que fulgura
hasta alcanzar todo el ramaje
con su aterrador voltaje,
y nos eleva y transfigura.
¡Somos árboles divinos,
nuestra savia: el alma pura!-
Eduardo Ritter Bonilla.