Mi casa se encuentra cerca de todo,
varias dejan sus autos en mi vereda
entran y salen a su antojo,
yo me pongo a mirar y el tiempo corre en vano,
nada puedo hacer para que se vayan,
así pasan los días.
Autos resuenan día y noche frente a mi ventana,
es inútil que diga no sé quiénes son ustedes,
unas son conocidas de mis dedos,
otras de mi nariz,
la sangre de mis venas, recuerda a ésta,
y las hay quienes viven en mis anhelos.
Al amanecer, cuando se escuchan las campanas,
todas llegan de prisa y media-dormidas,
caderas curvas y piernas contorneadas,
la luz del alba brilla en sus frentes,
nada puedo hacer para que se vayan,
las llamo y les digo:
estaciónense frente a mi casa, si quieren.
A mediodía, suena una sirena cercana,
todas dejan su trabajo
y se ponen a charlar contra mi pared,
parecen lánguidas flautas,
con pálidos y secos cabellos ondulados,
nada puedo hacer para que se vayan,
las llamo y les digo:
quédense a la sombra de mi árbol, sonrío.
De noche, cantan los grillos en el parque,
una mujer llega despacio a mi casa
golpea con timidez la puerta,
apenas distingo un rostro, nada decimos
todo lo envuelve el silencio del cielo,
no puedo despedir a esta huésped muda,
miro su silueta en las sombras
y pasan las horas, de ensueño.
Lupercio Reyes