Palabras encendidas

Salí a buscarte
por entre las sombras del viento.
Te encontré tumbada
bajo un cielo de palabras
que iluminaban tus ojos
con destellos nuevos.
Me senté a tu lado
junto a una palabra marchita,
era la palabra “soledad”.
Tú no te diste cuenta,
leías algo de Ruiz Zafón
y yo, algo de Tomás Segovia,
los dos en el mismo cielo…
Descubrí un poema hecho de besos
y empecé a leerlo por tus manos que,
entonces estaban señalando palabras fugaces,
y seguí por tus brazos abiertos
como alas de ángel,
y llegué beso a beso hasta los hombros
de trigo que ondulaban
hacia tu cuello y tu garganta
-columna sonora-, donde habitan los pájaros,
y descansé mis labios en tus ojos
que me miraban
soñando caricias nuevas,
y me acerqué, a paso de besos,
a tu boca, que en ese momento
susurraba mi nombre.
Y me bajé, sobrecogido de hondura,
de viaje entre sueños,
hasta tus pechos generosos,
como la alegría de aceptar la tristeza.
Tus pechos, donde todo se resuelve,
donde se terminan todas las dudas,
donde todo al fin se soluciona
hasta llegar a tu vientre
de leche y pan blanco,
valle en medio de ti,
en medio de mi pensamiento…
Y te iluminaste toda
como un farol de papel
que flota lentamente
en el cielo de las palabras encendidas.