1Me diste en la frente un beso
que nunca podré olvidar.
Caído estaba a la vera
de un sendero de montaña,
cansado, herido y maltrecho
me abandonó mi caballo.
Lejos, allá, un campesino
se acercaba caminando,
pasaría junto a mí,
a él piedad pediría.
Grité, grité hasta apagarse
mi voz muerta en mi garganta,
el campesino pasó
sin ni siquiera mirarme.
Horas de espera y dolor
y la noche se acercaba.
Una columna de polvo
vi a lo lejos levantarse.
Se acercaba una carroza
por tres caballos tirada.
¡Ya estoy salvado! me dije,
y renació la esperanza.
Al trote de los caballos,
veloz pasó la carroza.
Yo gritaba, yo gritaba,
y el polvo ahogó mi garganta.
La noche estaba avanzada,
mis ojos ya se cerraban.
Cansancio, dolor y miedo
pesaban sobre mi alma.
El silencio era tan negro
como negra era la noche.
No sé si dormía ya,
no sé si estaba soñando.
Un calor desconocido
sacudió mi frente helada.
Unos labios me besaban
sin que yo me despertara.
Los ojos quería abrir,
pero no veía nada.
De nuevo sentí sus labios
sobre mi frente sudada.
Aquel beso transformó
todo mi cuerpo quebrado.
Desapareció el dolor,
la noche se tornó en día,
sentí fuerzas para andar
el sendero de mi vida.
¡Cuántas veces he pensado
en aquella noche fría!
Beso tan dulce no creo
que labios humanos den.
Aquel beso que me diste
nunca lo podré olvidar.