Parábola del titán, el imperio y la vida.

Érase una vez, en abril,

un titán que creyeron invencible,

orgullo de lujo y elegancia,

cual pomposa cripta de acero y oro.

Érase un gigante de arrogancias,

más metal, más remaches: menos firmeza;

más eslora, más pasaje: menos amparo;

más fulgor, más luces: menos visión;

más máquinas, más poder: menos guía;

más veloz, más hermoso…más letal.

Érase una noche tranquila,

ártica, sin viento ni luna.

Érase un monte de hielo a la deriva,

prólogo y epílogo de la tragedia.

Érase un mundo que aprendió lecciones,

de aquella aciaga primavera.

Érase otra vez, en este mundo, un imperio,

que se creyó titán por mucho tiempo,

depreciando a otros en su gigante arrogancia.

Carente de firmeza y visión,

para amparar a sus propios desamparados,

y orgulloso de robar la luz ajena,

como los agujeros negros de Hawking.

Guiado por monstruos letales, ciegos de poder,

importaba mieles y exportaba guerras,

plagadas de chantajes y amenazas.

Érase un imperio,

que no aprende que el mundo,

si no es solidario…pronto puede morir.

Dedicado a las víctimas del hundimiento del RMS Titanic y del COVID 19 en el mundo.

Sireor Zelaznog Allivis. Camagüey, Cuba, 14 de abril de 2020.