Que visión tan impresionante,
la que tuve frente a mí,
que momento tan emocionante,
el que tuve al mirarte a tí.
Energía eléctrica recorría mi cuerpo,
encendiendo la batería de mi mente,
reviviendo cualquier sentimiento muerto,
convirtiéndote en una ilusión viviente.
Es pura belleza lo que corre por tu piel,
de color más hermoso que caoba fina,
tu sudor arropándola luce como la miel,
pero mucho más dulce que una golocina.
Cuánta ilusión regalan tus ojos negros,
los cuales son el reflejo de tu alma,
cuántas heridas causas a los cerebros,
de los que miras con tanta calma.
Tus labios son asesinos en serie,
cada vez que se encuentran en una sonrisa,
sin ellos me siento a la intemperie,
más triste que sacerdote sin misa.
Tu pecho ilumina el camino de mi vista,
el cual sólo tiene lagunas y montañas,
lo aprecio más que el piloto a su pista,
que llora y muere si el camino se le empaña.
Mi lujuria desea la textura de tu cintura,
para convertirla en campo de su cosecha,
para vivir en la dulzura de su estructura,
para comprobar la perfección con que fue hecha.
Tus caderas son la ruta de mi perdición,
y sus movimientos la inocencia me arrebatan,
mis deseos añoran tenerlas como adicción,
sabiendo que son vicios que no matan.
Tu luz interna es la cura de mi dolor,
sin tomar en cuenta el brillo de tu exterior,
tu belleza extrema me inunda de amor,
pero no la de tu cuerpo, sino la interior.
EFRAIN TRINIDAD RODRIGUEZ
Morovis, Puerto Rico
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