Por los campos de mi España
galopa una jaca negra,
que habiendo nacido al norte
no tiene patria ni tierras.
Al batir de sus aceros
se van quedando las huellas,
forjadas a fuego y miedo,
de sus pisadas sangrientas;
trota en el tiempo sin rumbo,
sin atalajes ni riendas,
sin brújula que la guíe
por las ciudades iberas.
Nadie piense que esta jaca
no ha de pasar por su puerta,
nadie piense que su nombre
no está escrito en su demencia.
Van flotando por el aire,
los nimbos de sus bajezas,
son el pregón de una muerte
sin rostro que nos acecha.
A algunos parece noble
esta jaca traicionera.
¿Cómo se puede ser noble
adornada de vilezas?
¿Cómo se puede ser noble
jaleando las crines negras?
Será, quizás, que estos pocos
ya no entienden de nobleza.
Unamos todos las almas
para dar caza a esta yegua
repudiada de los vascos
aunque galope en euskera.
¡Que no le quede horizonte
ni cobijo en nuestra tierra!
¡Que sean las manos blancas
verdugo de su condena!