MUSTIA

Un ásaro expande su hedor

al cuerpo del cristal.

El péndulo del reloj

guillotina sus pétalos de horror.

Perfumados brazos esperan

el rodeo de otros brazos.

Tallo y espícula decaída,

inciertas raíces

sacuden hojas sin verdor

a sus manos mustias de metal.

La oquedad del vidrio es orín de anticuario

del tiempo que florecían bellos gajos,

el vehemente deseo aguardando

celestes príncipes asiendo su mano.

El tiempo fue mermando

brillo de lentejuelas rociadas.

Hoy la sed anda solitaria,

percibe  el silencio inmolado

que anuncia la caída de sus flores derrotadas.

Ya ronda el filo de la guadaña

el gélido bostezo de un invierno temprano.

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