Deja que hablen las lenguas viperinas,
las que vierten veneno a bocanadas,
las que llenas de envidia y embarradas,
son apenas vulgares celestinas.
Deja que hablen las ebrias de cantinas
de las más pestilentes y herrumbradas,
alcahuetas de barrio, perfumadas,
las que esconden su nombre, clandestinas.
Dan tristeza sus voces de letrinas,
causan pena sus ecos lastimeros,
vociferan como almas del Averno.
¡Pobres, pobres mujeres vespertinas
cuyo afán se quedó en los basureros
sin saber que el amor siempre es eterno...!
Heriberto Bravo Bravo SS.CC