Buscaba sucumbir entre tus bordes,
en los límites mismos de la incógnita;
ahí,
fundido en la piel junto a la carne,
en las curvas de un atardecer
que se posa encendido sobre los muslos,
junto a ellos,
cuando se ondulan incansables
en el roce brusco de mil caricias
que buscan rendirse entre tanto desorden;
ahí,
en el reventar de los labios,
que muerden sobre el vientre embravecido
todo el hastío que destilan las orillas
de un cuerpo en la refriega;
en el impúdico perfume
que flota entre sábanas y mordiscos,
buscando enredarse del aroma,
de ese nocturno misterio
que escurre en medio de tanto deleite;
ahí,
en el amanecer de la penumbra,
en ese buscar agonizar entre los brazos
detrás de una húmeda transparencia,
sobre el pecho agitado
en el que dos cerezas excitadas
se alzan indomables y encarnadas,
por el sacrílego roce de los besos
oprimiendo la redondez de unos senos
hinchados de impaciencia,
para luego.
ebrios de lujuria y confundidos
en un brutal grito
sucumbir extasiados al instinto de amar.
amándonos por instinto.