¿Por qué no vienes a mí,
dulce nenúfar silente,
que flotas en la corriente
de las aguas carmesí?
¿Por qué, si tanto te quiero,
te niegas a oír mi voz?
Dímelo Tú, mi buen Dios,
porque sin ella me muero.
Susurra el viento en las frondas
nemorosas su canción,
suspiros del corazón
en alas de las alondras.
¿Por qué si en mis venas arde
la brasa de mi pasión,
se me nubla la razón
en cuanto llega la tarde?
La media noche entristece
de luto mis ilusiones,
y mi amor por los rincones
se desangra y palidece.
¿Por qué sigo sustentando
tan etérea la esperanza,
si su amor como una lanza
se la vive lastimando...?
¡Ay, vorágine de espinas
crecidas en mis senderos!
¡Ay, mis sueños pordioseros
entre valles y colinas!
Campos sembrados de minas
que estallan a cada paso
que doy y ni me haces caso,
pues nunca hacia mí te inclinas.
Y este necio corazón
que continúa esperando,
sin saber dónde ni cuándo
hallará satisfacción.
Luna que vienes a verte
en los espejos del río:
¿por qué siento tanto frío?
¿Será el frío de la muerte?
Yo la acecho sin descanso,
la acorralo, la persigo.
Sólo en sueños la consigo
porque nunca, al fin, la alcanzo.
Ni la luna me sonríe,
ni la lluvia me acaricia.
Temo al sol que con malicia
de sus ojos me desvíe.
Alguien, alguien que me tienda
una mano redentora,
porque sangra, porque llora
cada huella de mi senda.
No te niegues más, hermosa
que se apaga ya mi llama.
Oye el llanto de quien te ama
en la vida y en la fosa.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC