Te conocí en un plaza desmayada de otoño
Y compartimos el pan en silencio y con miradas
Nada buscaba más que compartir la noche
Que comulgara la vida que llevaba,
Y nada pediste tú, nada aguardabas…
Bebiste el agua de la comunión nueva
Que propuso la soledad de aquel encuentro
Donde hablaron los siempre silenciados,
fieles anhelos o los deseos muertos.
Y nos encontramos en cosas simples, llanas,
En el color de un vegetal, en una rama
y sus formas como remedo de sonrisas,
nada enturbió el aire de confianza, y la mañana
nos encontró vírgenes de pasión o prisa.
No, nada supimos ni vos ni yo del otro,
ni de la vida pasada o el negado presente
porque preferimos escapar por un instante
y refugiarnos en el candor ausente,
por hábito, por materia o por cansancio.
Mucho después me hablaron de tu rutina
en esa plaza de otoño desmayada,
rutina de monedas que quebró mi búsqueda
y también tu búsqueda anhelada.
Pasaron estaciones sin música ni armonías
que otrora gestaban tus pasos en llegada,
y hoy que se que has muerto, dulce amada
grito mi amor al viento, al cielo, en la locura
porque nunca mi voz por Dios solo escuchada
jamás te colmó de la esperanza incierta
que intuyo era tu espera tan ansiada.