El andén, menoscabado por el tiempo, estaba silencioso y solitario; pero el abrazo envolvente de chirridos, traqueteos y olores a hollín y grasa
seguían presentes, alzándome a recuerdos renovados.
Éramos ese andén amigo y yo en un reencuentro.
Estaban las vías pero sin los trenes de múltiples vagones, también las columnas de hierro oxidadas, estáticas y frías
y un aleteo incesante de fantasmas me rondaba
sobre las baldosas gastadas que acusaban
los pasos de los viajeros de antaño.
Los rasguños del tiempo mostraban las huellas,
implacables y mudos testigos de su perpetuo andar.
Y me llagaban a mí, un ser distinto, caminando añorante y lejano sobre el viejo andén
que me viera feliz cuando niño.
Publicado en "De la espera a lo esperado" 2011