EL MANTO DE LA NOCHE

Extiende el cielo su manto
tachonado de luceros
con una luna de plata
bordada de brillo añejo.
Se ocultan las hojas verdes
salpicadas de misterio
durmiendo un sueño esmeralda
recamado de reflejos.
Se han escondido los gritos
en la gruta del silencio
mientras las nubes de plomo
cabalgan penumbra adentro.
Ya solo quedan los grillos
con duras levitas de ébano
rasgando con sus lengüetas
la noche de terciopelo.
Al horizonte lejano
se desdibuja ya el pueblo
preñado de almas dormidas
en divanes de recuerdos.
La noche avanza despacio
sus piezas en el tablero,
va ganando la partida,
el día la va perdiendo.
Y aquel corazón prendado
repujado de te quieros
se hiende en la noche oscura
ardiente de los deseos.
Lleva una flecha clavada
con el arco de los besos
y va, por la herida abierta,
manchando de amor el suelo.
Busca perdido en las sombras
el cobijo de sus senos
y juegan sus manos trémulas
con los reflejos del fuego.
Y aquella noche dormida
suspira por los desvelos
de quien habla sin palabras
y camina sin senderos
meciendo en la yerba fresca
un lecho blando de anhelos.