Más clara fue la belleza
De la mozuela dichosa
Cuando la senda olorosa
Caminaba sin torpeza,
Para, junto a la corteza
Del viejo roble olvidado,
Después de haberse sentado
Beber la fresca pureza De la orilla. Y allí se sentó, serena,
Por gozar de su reposo,
Contemplando el cielo hermoso,
Claro siempre, donde amena,
Se admira la luna llena
Ya a la noche, cuando, esquiva,
Se suspende pensativa,
Como la blanca azucena De la orilla. Que las horas, agitadas,
Como las aguas del río,
Corrían, dándose brío,
Mientras ella, sus miradas,
Abandonaba, calladas,
Al más profundo sosiego,
Deleitándose en el juego
De las ondas alteradas De la orilla. Y, soñando los amores
De mañanas que se fueron,
Los herrerillos la oyeron
Decir versos a las flores,
Como suelen los pastores
En las calladas majadas,
En las fuentes y cascadas
Que pintan raros colores En la orilla. Y hablaba de las heladas,
De las escarchas, del viento,
Que jubiloso contento
Pudo ver en sus miradas
El cárabo en las apagadas
Enramadas del hayedo,
Donde, a la noche, sin miedo,
Corren las aguas pausadas De la orilla.