Sólo te planteas la vida cuando estas reflexionando sobre sí merece la pena continuar con ella, o por defecto, es mejor exterminarla cual enfermedad contagiosa e impura.
Yo, personalmente, en el momento que más la he valorado ha sido cuando sin darme cuenta me he encontrado con mi tersa y suave muñeca preparada para ser perforada y rozada por el filo de un frio cuchillo. Lo que yo buscaba con este férreo e inherte metal, era terminar con lo que yo consideraba un ser innecesario, enfermizo y muertecino, es decir, un mero despojo.
Pero cuando me encontraba a punto de culminar el momento álgido de la catársis, mi corazón dejaba de palpitar, mientras sendas gotas de sudor frío caían por mis sienes. Era en este momento cuando mis frios y éticos dedos soltaban el afilado objeto fustigador. Tras este acto de liberación, desde lo más profundo de mi ser notaba como mi garganta era rasgada por un ensordecedor grito de impotencia y dolor. Con él, me demostraba a mi mismo que a pesar de no vislumbrar ningún rayo de sol cálido y agradable, no significaba que no exisistiesen. Lo único que debía hacer, era descargar esas nubes que me cegaban, en forma de lágrimas, jurándome que con los ojos empapados llegaría a ver el sol, y así ha sido.
Debo dar las gracias a todos los soles que me han demostrado que siempre hay razones para vivir y sino para sobrevivir, exhalando hasta el último aliento cada una de tus pulsaciones, hasta dar la última de estas por tu vida.
Debes demostrarte a tí mismo que puedes con lo que te venga y con mucho más.