Discúlpeme pues no quise despertarla,
pero me fue inútil solo contemplarla.
Aunque intenté mantenerme ausente
no pude evitar las caricias mustias
hablando el acento ebrio y ardiente
convirtiéndole en nocturnas angustias.
Yo no tenía ningún derecho de besarla,
ni de aproximarme mientras usted dormía
pero tenerla tan cerca aumento la agonía
de no saber si mañana volvería a verla.
Discúlpeme, yo no quise que despertara
solo quería ser el que su sueño afianzara.
Debí quedarme callado sin precipitarme,
hasta haber sabido que iba a extrañarle,
para no respirar, no suspirar, o voltearme
para poder su espalda acariciarle.
No debí, pero aguantar más no habría podido,
entonces con miedo le suspire suave al oído,
así comprendí que simplemente había confundido
una estrofa de amor con algún poema perdido.
Discúlpeme, yo no quería despertarla
pero mis manos danzaron al son de su espalda.
Quizás de haberme aquella noche contenido
no habría iniciado su huída premeditada,
quizás al mirar que se dirigía a su vestido
debí arrancarle la sábana que tenía enrollada.
Si viera que ahora no tengo mayor añoranza
que regresarle a mis almohadas ese su olor,
ya he olido cualquier cantidad de fragancias,
y a todas les hace falta la mezcla de su sudor.