Murió soñando en el amor
a sus veinte primaveras,
el cáncer se la llevó
sin contemplación ni espera.
Aún virgen su corazón,
no conoció una ilusión
que la alegrara siquiera,
no llamaba la atención
de los chicos en la escuela.
Siempre tímida, fugaz,
pálida e introvertida;
pasaba en cualquier lugar
su presencia inadvertida.
Le gustaba imaginar
que era deseada y querida
y su mundo fue un soñar,
hasta que acabó su vida.
Era muy dulce, en verdad,
pero no favorecida,
no era ninguna beldad
y su tímida bondad
pasó desapercibida.
Hoy la lloran sus papás
y su hermana consentida;
ya Martha descanza en paz,
tan joven e incomprendida.-
Eduardo Ritter Bonilla.