Frente al espejo
me miro detenidamente
y me pregunto: ¿Quién soy?
y las respuestas, como canales irreversibles,
llegan a mis circunstancias:
no soy más que el reflejo de los años
sobre un espacio con una relación
de mutua existencia con cada ser humano.
Ese ser que se exparce
sobre pétreas consistencias,
que lucha a filos incontenibles con el sol;
el mismo astro que le hace vivir,
en lucha contra invernales condiciones.
Ese hombre que crea
y sufre la osadía de sus inventos,
que siente el temor, el odio y la venganza;
ama, siente, llora y ríe
en las mil contradicciones del vivir,
vivir con la esperanza agazapada
en los testarudos vaivenes de la conciencia,
que deambula en filosofías irreconciliables.
Vivir con un amor,
que más que razón de vida
es motivo y castigo de valores creados;
reír, con el llanto que corre sobre las venas
con la sangre, razón de vida
que se poco se aparta de su condición animal;
aun en tendencias disfrazadas en sentimientos
absurdos sentimientos psicobiológicos.