Era como una estrella; pero no por lejana.
Era como una estrella más bien por luminosa,
porque al final de cuentas estuvo tan cercana
que su luz, hoy lo puedo decir, fue contagiosa.
Y si hoy mis pasos dejan huellas de luz arcanas
fue que artísticamente hizo de mi un sendero,
y sus labios tenían un rubor de manzanas.
Fue porque ella me quiso como yo aún la quiero.
A veces lloro, a veces. Yo no sé si ella llora...
Lloro cuando recuerdo su mirada tan verde.
Tal vez ya ni me escuche cuando le grito: ¡AURORA!
y mi grito fracasa y en la nada se pierde.
Tenía el mismo ingenio de Francia como aquella
que era llena de gracia como el Ave María
y es que era tan hermosa que era como una estrella
pero no por lejana porque a mí me quería.
Era como una estrella porque abatió mi sombra,
porque de mil colores dibujó mi universo.
Hoy mi alma la reclama y en secreto la nombra,
mi corazón la añora, la describe mi verso...
Ella ya no recuerda que yo fui su memoria,
su romance más bello, su furtiva aventura.
Hoy ocupa las horas que ocupaba en mi historia
en manejar pinceles y en revolver pintura.
Me trocó por marinas y adustos bodegones,
por paisajes de Otoño, por nevados volcanes;
quizá por anchas calles u oscuros callejones
plasmados en las telas que roban sus afanes.
Era como una estrella; pero no por lejana.
Era como una estrella más bien por luminosa
y sus labios tenían un rubor de manzana;
pero no de cualquiera. De manzana jugosa.
Yo no sé si ella llore. Yo no sé si se acuerda
como yo la recuerdo cada día, cada hora
y no sé si mi grito en la nada se pierda
cuando mi poesía comienza con la Aurora.
Heriberto Bravo Bravo SS.CC