DIME, RÁPIDO, DÓNDE ESTÁ

¡Dime, rápido, dónde está!,
y
cuáles son sus fuegos,
cuáles son sus hielos,
cuáles los anhelos que te abrasan,
cuáles los recuerdos que te hielan.
¡Dime, rápido, dónde está!,
y
cuándo no se respira la muerte,
cuándo no se mueve lo inerte,
cuándo no se respira un deseo
perfumado de azufre,
cuándo no mueve la sombra,
más ágil que el cuerpo que oscurece.
¡Dime, rápido, dónde está!,
dónde acaba el monólogo,
dónde el triste llanto,
dónde acaba la soledad de sus estancias,
dónde el eco de sus angustias.
Dime, al menos,
dónde está la llave
dónde está la puerta
sobre la que has puesto:
“Aquí yace toda la esperanza”.
Y déjame borrarlo y poner
aquellas palabras que siempre
bailaban al compás de tus labios.
¡Dime, rápido, donde está!;
que puedo lanzar bolas de nieve
a los fuegos de los infiernos terrestres;
Que puedo prender con una chispa de tu sonrisa
(me aguanto una metáfora con tu nombre)
un fuego seráfico de cielo terrestre.
¡Dime, rápido, dónde está!;
que acabo con los avernos que se han colado
en el tiempo,
y empiezo tu Cielo en esta Tierra,
ya para siempre.
“ Pour toujors”, dirías tú.
Pero se me queda muy corto tu “toujours”,
porque te amaré también
cuando se acaben “todos los días”
cuando se paren “todos los relojes”,
cuando el tiempo reciba un beso de muerte
de su amada eternidad.
Y, para acabar, Lénya,
aunque yo no lo haya escrito:
“ Dime, mujer,
que has hecho de mis preguntas eternas,
de mi búsqueda pasada,
un juego pacífico de niños,
dime si tiene sentido seguir donde estoy,
o no sería mejor, por ejemplo,
subir el Aconcagua
adornados con la luz de junio,
o pasear a orillas del Sena
bajo la dulce luna de Francia.”
( Pablo Arnau Paltor, “Otoño en Glasgow
y algunos poemas de amor”)