Cuando el demagogo subió al estrado, con el hipócrita discurso a las masas, en un mugriento hospital de la patria, un enfermo con ojos de larga tristeza, recitó en la boca un credo pidiendo a Cristo escuchar los ruegos. El moribundo tenía rostro hipocrático sabanas purulentas el cuerpo, los galenos iban de un lugar a otro, en el planeta desmoronada la noche abría sepulcros de agujeros negros. Afuera en el viento de dolidas penas pasaban en duro clamor ambulancias anunciando a través de las barriadas los sangrantes hijos de la desolación. Era un dolor de quirófanos el bisturí, la viscera herida ante el silencio de Dios, las calles a chorros desbordadas de sangre, y el demagogo advertiendo besaba el cristo mientras en una isla aterrizaban aviones de guerra con ojivas nucleares. Hijos de Dios todos apludían maravillados, la insolita bestia de siete cuernos afilaba leguas de fuego en un caldero de verbos, el enfermo moribundo terminó la oración y en una almohada de piedra de la nada cerro los parpados en la triste miseria de un hospital de la patria, el demagogo continuó la fabula de ser dios.