Pudo más el egoísmo,
la necedad, el rencor,
que el sacrificio, el altruismo
y el perdón, ante el abismo
de la cruel separación.
¡Qué fácil traer al mundo
el milagro de un nuevo ser
en el orgasmo profundo
de un instante de placer!
Pero qué inútil empeño,
qué falta de previsión,
cuando se termina el sueño
y ese inicio tan risueño
de un matrimonio "al vapor"
se nos congela en el ceño
y, ante la desilusión,
sólo se piensa el recurso
de injusta separación.
¿Qué importa, entonces, un hijo?
¿Qué importa que se les rompa
su futuro, su confianza?
Sólo cuentan la venganza,
el odio y el desamor
que surgen en la pareja
ante la primera queja.
¡Que importa el que a nuestros hijos
se les parta el corazón
ante un hogar dividido,
un matrimonio fallido,
la distancia y desunión!
Se les condena a crecer
sin su padre o sin su madre,
y tienen que padecer
en un hogar sólo a medias;
son las injustas tragedias
que destruyen a su ser.
Pero "no tiene remedio",
"es la única solución"
ante el cansancio y el tedio;
el hijo que, de por medio,
sufrirá en su corazón,
no es razón suficiente
para pensar, indulgente,
en la reconciliación.
Así, se acaba el hogar
y, peor aún: la familia;
se destruyen varias vidas
y es cuento de no acabar.
Así empiezan a rodar
los hijos, en sus caídas;
esas criaturas queridas
son las que van a pagar
el precio, con sus heridas.
Más adelante, de adultos,
ya aprendieron la lección
que les dejaron sus padres:
a la menor decepción
en sus vidas conyugales,
repetirán el error
con consecuencias fatales.-
Eduardo Ritter Bonilla.
¿Donde estas que ya no escribes? ¡ dinos que ha sido de ti!, es quizas que no pecibes el vacio que hay aqui.