RECUERDA

Recuerdas aquellos días
en que habíamos quedado
a una hora determinada
para vernos y salir juntos
cogidos de las manos
y tú -como siempre, claro-
llegabas tarde a nuestra
cita...

Aparecías de pronto,
con una sonrisa
en los labios
y una eterna escusa
escapando por tu boca.
A sabiendas no serías
puntual, llegaba a cada cita
antes de la hora pactada
por miedo estando tú antes
no me vieses y marchases sin haberme esperado.

Los minutos esperando
eran millones de eternos segundos que se negaban
a transcurrir encerrados
en la esfera del solicitado
reloj que ya no indicaba
las horas, sino mis desesperanzas y anhelos.

Llegaba la hora pactada
por ambos,
pasaban los minutos
y mi corazón entraba en zozobra,

 un latir inquieto

en modo desesperación.

Olas inmensas
de dudas chocaban
una y otra vez
contra el nacarado arrecife
de mis sentimientos
para finalmente morir
en la húmeda orilla
de mi soledad.