Nuestro primer encuentro 
No hay violencia, solo fuerza,
tanto amor, como deseo.
Nuestros labios se acarician,
de mil formas en su juego. 
Mis dientes que tanto saben,
de amor y desasosiegos,
mordisquean sin dañar,
tus labios rojos y tiernos.
Las lenguas, sin decir nada,  como duendes del silencio,
en idioma universal,
exploran lugares nuevos,
que desean conocer. 
y que ya van conociendo.
Los cuerpos ya se estremecen 
cual brotes de tallos nuevos,
las gargantas, solo emiten
gemidos, ayes, lamentos.
y palabras inconexas
sin son y sin fundamento
lo único que se entiende es: 
“ Ay amor, cuanto te quiero.” 
Nuestras manos temblorosas, 
obreros de hielo y fuego, 
van por caminos distintos, 
pero siempre paralelos. 
Las mías más vehementes, 
incansables pasajeros,
recorren una y mil veces 
las veredas de tu cuerpo,
tus pechos y tus caderas, 
la curva de tu trasero. 
Acarician con dulzura 
tus muslos firmes y rectos
rozando con timidez
sin atreverse a ofenderlo
la textura y consistencia
y la suavidad del vello
que al igual que un matorral
rizado, limpio y moreno
cubre y adorna expectante, 
la Cali dez de tu sexo
velado mas que tapado 
por un tanga tan pequeño, 
que más que tapar invita 
a visitar sin sosiego
la humedad y calidez,
de la gruta que hay adentro. 
Ahora se centran allí 
las caricias de mis dedos,
que como dos banderillas 
en lomo de toro negro, 
adornan el centro mismo 
del aquel bosque de silencio 
y alternándose, uno u uno, 
o dos a dos, en paralelo,
con afán explorador,
van llamando a tu deseo.
Y no hay prisa en mi caricia, 
¡ Quiero hacer largo el momento. ¡
Del escote de tu blusa, 
brotan dos aves al viento
dos palomas que palpitan,
llevando su pico erecto. 
Abandono brevemente 
tus labios -más no me alejo-
para lamer tus pezones,  envidiosos hace tiempo. 
Los presiono con mis dientes, 
los succiono y mordisqueo.
Mi lengua me pide ahora,
protagonismo completo,
salta de un pico a otro pico,
en incansable escarceo
Sentí cambiar varias veces, 
muy bajito, sin quererlo,
tus suspiros apagados 
en gemidos y lamentos, 
que me hicieron recordar, 
aunque siempre lo recuerdo,
cuan superior es la hembra 
al macho, si están en celo.
Ya no quisimos seguir 
esperando por mas tiempo. 
La cama, testigo mudo 
de nuestro primer encuentro, 
estaba allí, a nuestro lado, 
nos invitaba en silencio
a seguir jugando en ella, 
hasta el final nuestros juegos. 
Y allí siguió la batalla 
de amor, caricias y besos.
Nuestras bocas no cesaban 
de recorrer nuestros cuerpos. 
Aquí un besito muy leve,
allí un mordisquito tierno, 
Mas allá solo la lengua 
se deslizaba en silencio. 
Las manos también sabían 
hacer un trabajo bueno.
De las mías, solo una 
se concentraba en tu sexo, 
y mis dedos con el porte 
de huéspedes altaneros, 
de intrépidos caminantes,
de ladrones al acecho,
exploraban incansables, 
cada rincón, cada vía
cada hueco, y cada estrecho.
Mi otra mano, más viajera, 
no dejaba cabo suelto. 
Era lenta pero firme,
y buscaba con denuedo,
la perfección de tu rostro
el brillo de tus cabellos,
la belleza de tus hombros, 
de tus muslos y trasero. 
¡ todo tu cuerpo era suyo.  y tu cuerpo quería serlo¡
Mi boca, ponía a prueba 
la firmeza de tus pechos.
En su lento caminar, 
no recuerdo en que momento, 
Pasó muy cerca de el sitio, 
donde jugaban mis dedos.
No sé sí los ocupantes, 
salieron por un momento,
o que al sentir a su lado 
la calidez de mi aliento, 
tus muslos se relajaron 
mostrando aun más su secreto, 
y en mis pupilas sedientas 
como si fueran espejos, 
reflejaron el paisaje 
de montes, valles y huertos.
¡ Pude entonces comprender 
con un criterio mas cierto
porque a ese pequeño monte 
le llaman Monte de Venus ¡ 
No me quise resistir
y no fue en vano el intento, 
y mi boca enardecida, 
bebió sedienta su beso. 
Ya nunca podré olvidar,
la hermosura del encuentro,
el sabor de tus entrañas, 
el olor a miel y almendro
tus gemidos de mujer, 
tus lamentos ¡ Ay me muero ¡
Tu hasta entonces reservada,
sin parte activa en el juego.
Yo era como el huracán
Y tu viento del desierto.
Pero de pronto cambiaste, 
Y sin un aviso previo,
comenzaste a liberar 
con la fuerza de un poseso
las telas que nos cubrían,
desnudando nuestros cuerpos.
Hebillas y cinturones,
botones, broches molestos,
encajes y cremalleras,
camisetas y pañuelos.
¡ todo me estorba mi amor 
solo tu, yo y el silencio¡
Y nuestras ropas quedaron 
en un desorden completo, 
esparcidas por la cama,
por los muebles, por el suelo.
También quisiste sacar, 
tu espíritu aventurero,
también tu boca y tus manos 
disfrutaron del momento.
También jugaron allí 
donde yo sentía fuego
También besaron allí, 
mordisquearon y lamieron.
Y no quisimos seguir. 
Al grito ¡te quiero dentro!
pague tributo de hombría, 
jadeando y embistiendo 
y abriéndote las mil fuentes, 
que tu ya me habías abierto.
Se mezclaron nuestros jugos.
Se abrazaron nuestros cuerpos.
Se juntaron nuestros labios,
Y entro en la alcoba el silencio. 
Este poema ha sido escrito solo para dos. 
¡Nadie mas debe leerlo¡ 
¿A quien le importa?