La Amona ( La Abuela )

Sentada la Amona está

cercana a la chimenea

frente al calor de la leña.

En la vieja mecedora

con su suave balanceo

y ese chirrido al compás

se van quemando sus días

como el tronco en el hogar.

Tiene la espalda encorvada

por el peso del trabajo

y tantos años que tiene

que no los quiere contar.

El pelo color de nieve

hundidos los ojos, tristes,

secos de tanto llorar,

afilada la nariz,

prominente su mentón.

Son los surcos de su cara

y la escasez de sus dientes

delatores de su edad,

pronto ya un centenar

que se niega a recordar.

En su memoria lagunas

y vacíos en la mente

tan profundos y negros

como la noche sombría,

que están borrando su ayer

y lo van tornando blanco

como la niebla al caer.

Viste negro riguroso,

envuelta en perpetuo luto

que nunca abandonará.

Negros y ajados 

la mantilla, el delantal,

las raídas alpargatas

e incluso el viejo sayal.

Con la mirada perdida

y esa paz que da la edad,

me cuenta como en un día

Mikel se marcho a la mar,

que se olvidó de volver,

que mecido por las olas

se durmió sin despertar,

y allí se quedo a morar.

Con diez hijos la dejó

¡cuanto tuvo que bregar!

De todos recuerda el nombre

y también los cumpleaños,

sin olvidarse ninguno,

tan solo el suyo ha perdido.

Ella va diciendo así

al evocar a los diez.

Uno lo perdió en la guerra

la Patria se lo quitó,

otro angelito muy bello

desde el cielo le da paz,

y una hembra y un varón

que se fueron al convento,

otros cuatro que casaron

y dejaron el lugar.

El que marchó a las Américas

con afán de conquistar

y gran fortuna lograr,

alguna vez le visita 

cuando llega Navidad.

El más tierno de los diez,

de todos era el menor,

abatido lo encontraron

una tarde en un zarzal,

él soñaba con volar…

gritaba al viento la verdad

hablaba de justicia y libertad

¡tanta locura era imposible!

y pagó por su ideal.

Se le empañan los ojos

cada vez que hace balance

intentando recordar,

y una sonrisa le asoma

iluminando muy leve

la ternura de su rostro.

Entre sus manos sostiene

ya muy viejo un breviario

y un renegrido rosario

con las cuentas desgastadas

por las vueltas que le da.

Negra mantilla…

delantal negro…

el sayón, las alpargatas,

el pañuelo a la cabeza

todo ello negro intenso.

El crepitar de las llamas

le hablan de soledad

quedándose adormilada

cansada la Amona está.

MG 2-10-2011