RITO

A paso lento pero con determinación, el crepúsculo avanza implacable, anunciando el fin de otro día más agregándose a lo fútil de mi existencia, convirtiéndola en una vida intranscendente; queda oficialmente marcado como un recorrido ambiguo, neutro, incierto, sin esperanza; al darle cabida a que mi pasado se perpetúe sin cribar acabo con ella, la ansiada esperanza de darle algún motivo positivo a por lo menos, querer otro día más, se extingue.

Con cada atardecer se acerca también el temido momento de la habitual disyuntiva que cierra todos los días; despedirse de un día más, o finalmente, de esta plana, rutinaria y adormecida existencia. Podré terminar con este hastío, soportaré la dolorosa y amarga cura o irremediablemente seguiré siendo lo que soy. Sin ser osado ni contumaz, me atreveré solo por quitarle lo monótono al día, a la atroz terapia de sanación, finalmente mi futuro ya se ha diluido.

Inicio despojándome del disfraz mundano de formales harapos que me atan al mundo ordinario, dejo mi cuerpo libre de ataduras y lo baño con los fulgores del arrebol, tan predeciblemente periódico como constante y eterno; levanto mis manos y dejo que mi cara sea la primera en recibir el elixir de la purificación; lo paladeo, desde el terracota hasta el carmesí, los bebo todos, dejo que se impregnen en mi piel hasta penetrar mi alma; del bermellón al borgoña, del naranja al escarlata, todos juntos y uno por uno. Ha comenzado la ceremonia de resucitación.

Bajo mis brazos y haciendo una inhalación profunda, dejo que la brisa vespertina comience a retirar mis vulgaridades, lenta y dolorosamente, los colores del atardecer apenas las ablandaron, aún están enraizadas, están revueltas con angustias y mezquindades, con vergüenza y miedos, con dolor y una grotesca tristeza; pero tengo confianza en que la naturaleza en su infinita sabiduría podrá redimirme.

Caigo a merced de dolor, solo me acurruco en el regazo de la única que ha soportado tanta ignominia y estupidez, la que me ha sostenido del escarnio, de la humillación y la deshonra; la omnipresente tierra bajo mis pies; total y perene, le permito que me abrace por su completitud y penetre en las úlceras de mis heridas. La ceremonia ya no tiene retorno, solo si logro sobrevivir al final, todo este trance será justificado.

Tímidamente la luna hace su aparición acompañada de miles de estrellas que están listas a terminar el conjuro del renacimiento, guiándose por los ecos de mis lamentos que brotan a racimos, unos por cada día perdido, otros por cada alma lastimada, y algunos más por mis necedades; titilando se aglomeran a mi alrededor cubriendome con su sanadora iridiscencia; lenta e inexorable, les permito envolver mis llagas y hasta la pena más pequeña, hasta el último rincón, su poder debe diluir todo.

Quedo exhausto; desde el inicio de los tiempos la receta siempre ha sido la misma, dolorosamente simple; ahora es tiempo de reposar, de advertir si la ceremonia dio resultado y comienza a retoñar vida nueva en este cuerpo inservible, averiguar si el dolor no fue en vano o solo queda esperar lo inevitable.

Mañana lo veremos, el alba dará su juicio y el espejo lo confirmará; por hoy el día con sus rituales, ha terminado.

Raul Bravo

México 2018

El Chamán de Aztlán

@chamandeaztlan

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