TARDECITAS MAGDALENAS

Yo quisiera que algún día
vuelvas a mí, princesa adorada,
y en las tardes silenciosas
cuando el sol se esté acostando
otra vez tenerte cerca
y mi mejilla sobre tu cabello
recuerde la cordillera,
el caminito serrano
y el aroma a eucalipto
por los que solíamos pasear
todas las tardes de otoño.
¿Recuerdas?
Eran uno tu amor y mi amor,
tu alegría era la mía,
tu tristeza...mi tristeza,
pero tu enojo...mi desdicha.
Injustamente te fuiste,
y así el maiz no creció
pues le faltaron tus manos
con sus caricias divinas
para que pueda brotar.
Te enojaste con la vida
sin permiso del Señor.
¿Por qué te fuiste princesita
si me tenías a mí?
Y ahora en estos días
en que sólo...muy sólo
me pongo a caminar,
veo que la cordillera,
el aroma a eucalipto
y el caminito serrano
por donde solíamos pasear
han formado con mucha tristeza
en las tardes de otoño
sus tardecitas magdalenas.