No quiero perder la lucidez
encendida de un amanecer dichoso.
Ni quiero dejar de que llueva
en mis ojos, cada vez que respiras encendida
en aquel laberinto fugaz, donde se esconden los gnomos de la libertad.
Tampoco deseo amargarte, con las frases
consabidas de un adiòs ni perdonar, aquellas
infidencias vanas, de tiempos perdidos.
Espero comprender, llegado el momento, la
tibia incandescencia de un beso, a la hora del naufragio de la vida, y no perderme en la cobardìa mortal de un hecho ya consumado.
Quisiera amar, como se aman aquellas cosas
tan profundas, sin abismos de crueldades, ni
insolencias de mentiras, aunque sean piadosas.
No quiero ser, lo que en el fondo, todos querrìan, un espatanpàjaros de metal recubriendo
mi alma y mi espìritu.
Pero si ansìo algo que los mortales adolecen, aquella visiòn de un oceano, permanente en mis pupilas y una luna que refleje a este humano y tu sombra dibujada en el oasis inmenso, que derramas cuando me miras.