Una pirámide blanda de lona blanca, blanca
llena de vientos lánguidos y salados
en la distancia borrosa del atardecer,
meciéndose como un punto diminuto desesperadamente
inmóvil y soñoliento.
¡Marinero atardecer de una balandra andaluza!
¡Claridad, doloroso azul, amplitud!
¡Olor a salina, agridulce olor a pleamar, a algas desfibradas
sobre la arena tostada y aplastada de la bahía!
¡El día se va a la cama con su camisón de playa!
(El minutero blando de las olas va fabricando arenilla
-cristales de naturalezas extintas y diversas, multicolores-
y la va convirtiendo en playa.)
La mar agita los brazos como un calamar de espejos transparentes
y se despide de la bahía para recibir a la noche en su regazo de escarchas;
ya adormecida en un lecho blando de esponjas y brumas saladas,
ya brava de cuernos de estrellas de mar hurañas y caracolas desubicadas.
¡Siglos de recuerdos borrosos y de misterios que se acurrucan nostálgicos
en el hueco sin fondo de las inmortales caracolas! <> <>
¡El sol se balancea de la rama del horizonte aplanado
como un limón enrojecido y grávido!
Se pierde la tarde y así dejo caer sobre el agua
mi triste bagaje de penas y desesperanzas
-aprovecho el horizonte ciego de peces abisales, esa quietud
esplendorosa, esa soledad acuática-;
ese bagaje que pesa y se hace parte de nuestra memoria,
que nos identifica y nos hace mortales.
Y se va al fondo, zigzagueando, remolón,
...¡disimuladamente!
pio espejo 13 mayo 2006