Faltaba la verdad dentro de aquella mujer ajena
sin caridad, tenía unos años de más
bolsas colgaban debajo de sus ojos
su estética, sin gimnasio ni ejercicios
sufría los embates de la dieta de moda
tratando de ocultar los movimientos ligeros
de su cuerpo.
Cuidaba su infancia perdida cuando era niña;
nunca murió, golosinas, subidas de peso, una niña vulgar del lugar y un gato de mascota.
Con muñecas de trapo sin corazón, jugaba a aprender ser el otro.
Hace oídos sordos a las palabras de su madre
conserva la calma silenciosa que el corazón quiere alcanzar.
Por la mañana perdía la certeza del tiempo, la elegancia, del lenguaje, de su persona, de su corazón.