Tenía escrita sobre el rostro
la palabra "sufrimiento",
a pesar de su sonrisa
y sus coquetos movimientos;
se adivinaba en sus ojos
de la más dura obsidiana
un sendero de miserias,
a pesar de su belleza
tan risueña, tan ufana.
Eran lágrimas sus labios
y dolores sus palabras
y desolación sus besos,
y eran sus noches amargas,
obscuras, como el destino
que a sus amantes aguarda;
era un desierto el camino
que a su corazón llegaba.
Adorarla era un suplicio
y sus caricias una llaga
sangrando en el precipicio
de su siniestra mirada.
Toda ella era de hielo,
insensible, desalmada;
y los hombres eran presas
para esa fiera enjaulada.
Acercarse a su silueta
y enredarse entre sus ramas
era como ir al pantano
de aguas turbias, traicioneras,
y enfangarse en sus entrañas;
una pérfida hechicera,
la perdición de los hombres,
con sus artes y su mañas.-