Seré tus borrascas, pero también tus auroras

No estás. No puedo explicar qué me sucede.
Hay que esperar, ya vendrá con su marea bienhechora que lava heridas, que me vuelve cántaro, gaviota de estelas, hierba de primavera, espejito de plata, raíz de flor, canto, campana.
Ya vendrá.
Lo sentiré primero en la garganta, como unas ganas de llorar. No es fácil. Pero es para siempre. Y siempre es ir y venir, este sueño, este insomnio, este hartazgo, esta sed, esta hambre, esta alegría, esta tristeza, este desamparo, esta seguridad, esta vida…
La vida, un ahuecar los brazos y moverlos como meciendo un niño. En los ojos ávidos, la vida, en la piel estremecida, la vida, en la carta abierta al canto, la vida, en el temblor, la vida. Y el amor…
Palabra, palabrita pequeña.
Palabra de flechitas, de sonido tan leve, de color tan intenso.
Palabrita con alitas de mosca. Posate en mi mano. Volvé. Acercate a mi boca y entrá en mí nuevamente y te tendré conmigo para siempre.
Ven…
Mirame con los ojos de bosque húmedo, besame hasta apagar la última escondida, remota chispa de mi cuerpo, y dejame morir, por favor.
Dejame morir sonriendo porque la muerte tendrá tus ojos y me alejará tal vez de tu segura, planificada, sensata, sobria y conveniente vida.
Aquí, donde termina el trazo del humo del tren que lleva y trae nuestros e-mails, que ya nunca tendrá la responsabilidad de parecerse a una paloma mensajera de ausencias.
Amor, nombre de flecha y flor.
Nombre que surca el agua como un barco, nombre que hace temblar estrellas en el aire.
No huyas.
Ven.
Si te acercaras yo sería una red llena de peces amarillos como pequeños soles madrugadores.
Y vos serías un pescador.
Mi nombre de sal.
Una vez.
Un amanecer cada cientos de brumas y oscuridades.
Quiero el diluvio, el terremoto, el maremoto, el incendio.
Yo, huésped de volcanes, me acostumbraré a la quieta templanza de tu ausencia.
Corazón, quiero latir con vos.
Quiero meterme adentro, recorrerte en tu sangre.
Hacer un largo viaje por tu cuerpo, contagiarme aquello que no tuve y dejarte mi amor atolondrado y terco…
La costumbre de tu risa, tu fervor por la lucha, la emoción que te baja los párpados como si dulces piedras pesaran sobre ellos .
Y decirnos solamente las cosas más grandiosas.
Inventarnos un cielo donde nunca pasen los aviones y una plaza donde crezcan violetas en la arena…
La noche se amontona sobre mi soledad.
Quiero hogueras.
Quiero relámpagos.
Seré tus borrascas, pero también tus auroras.
Y ahora…
Dime…
Dime dónde tienes, corazón de león, una pared para que yo abra muy sigilosa una puertita y pueda visitar tu corazón sin que te percates, sin que te defiendas con infranqueables fosas de castillo feudal!