Masa inerte

La vida, flujo directo entre el tiempo y la decadencia.
Mientras existe el primero, parece sencilla y devoradora.
Y cuando se encuentra en declive, es el estado sensorial obtenido desde la más pura humildad, en el que se acepta una condición impuesta, que es sin más, la queja de vivir un día más.
Ambos extremos tienen en común el amor. Palabra amplia y extensa, difícil de descubrir pero que todos sin condición remitimos, tras ser tamizada desde nuestro interior y que como principio es iniciado en onda expansiva, finalizando en cada poro de nuestra envoltura protectora, presentado en un rostro, que puede ser agrietado y sonreír como un niño.
Convivimos en amor y es ese mismo, el que nos permite acercarnos a nuestro final, que inesperado o no, le tendemos la mano en prueba de humildad, porque nos comportamos como seres humanos en toda su integridad y como personas morimos, entendiendo, al fin, la vida, porque es nuestra última visión de ella, la que podemos recoger y llevárnosla en nuestro corazón.
La percepción de ese último momento está limitada al recorrido de nuestra aventura y es tan poco lo que nos podemos llevar, que requiere de un buen escondite, para que la putrefacción de nuestros órganos no incidan en su descubrimiento. Y ya al fin, cuando los huesos se abren camino como último término inagotable de nuestra existencia, puede que en sacrilegio se amontonen entre hermanos para formar fosas comunes, en donde no se pierde individualidad pues el amor siempre existirá en cada tejido inerte de piezas óseas secas y libres de vida, obtenidas tras la descomposición de lo cadáveres, y su amor les permitirá descansar en paz independiente del reposo al que les es destinado.
Por ese amor muchos lucharían. Por él venderían el orgullo y quizá el honor. Por él se mata y siempre los ganadores son los que sucumben entre la derrota que como valientes y osados guerreros, son a los que les resta vivir, exigiendo que cuando les llegue el momento sean enterrados con trajes de gala, medallas y objetos de valor, para que les sirva de intercambio en ese mundo desconocido y puedan recibir en intercambio, amor con el que obtendrán fuerzas para poder auto destruirse, sin más voluntad que lograr llegar a ser ganadores, porque en su última visión han tenido la gloria del poder hacia el sometimiento de vasallos y de la vulgar sensación de amor arrebatado, aún no entendiéndolo ni en vida ni en muerte.
Para ellos mi abrazo porque nunca sabré si mi vida ha sido en sometimiento o como vulgar carterista en busca de algún escrito, en hoja perfumada, sustraído a individuos con traje y sombrero y bastón cincelado al que se le ha caído el delicado pañuelo de su gran amor.