Homenaje a una madre

MATER MEA
Mi madre coge fruta
en el huerto
bajo un sol de justicia.
La toca con sus manos, se la lleva a la boca
y dice que ha comido
pétalos con almíbar.
A mi madre le gusta la carne de ciruelas
rehogada con menta
yun chorrito de anís.
En la rama del árbol canta las canciones de moza
y besa con sus labios las palabras de escarcha.
Por las trochas delhuerto pasea con su cesta
intentando llenarla con la leche y el vino
de un racimo de estrellas. Cree que en su cerebro
las mariposas tejen
un sombrero de paja
con estambres dorados y agujas de cebada.
La lluvia de los años...
gravita en sus pupilas,
planetas de recuerdos que opacan el presente,
y una y otra vez habla
de su infancia perdida,
del muñeco de trapo, del manejo del diábolo,
del juego de tabas...
Busca por los ciruelos los brazos de su madre
y pisa las ciruelas, brochazos de su sombra,
gavillas de niñez, recién recuperada.
¡Madre, deja la sombra, y no juegues con ella!
¡No la lleves a rastras, entre flores de almendras!
Mi madre no es consciente del erizo que clava
sobre su corazón
sus lanzas de marfil
y busca entre las flores la carraca con risa
que le hizo soñar con el estuario azul.
Y cuando llora y llora, una trenza de luz
corona sus pupilas empapadas de brillo
por donde corretean suspiros y sosiego,
melodías de nana y albas de zarzamora.
Y se ríe después con gran ingenuidad
y deshace el jersey
que hizo con trabajo
durante largos años de espera y sufrimiento;
y mientras sufro yo,
ella narra la historia
de tardes somnolientas leyendo junto al fuego
cuando los personajes se lanzaban en lianas
por su imaginación
como paracaidistas
invadiendo un país de ilusión y de sueños.
No sabe ni qué hora es ni le preocupa
si el fuego tiene llama,
se paró la ruleta
de pétalos hirientes en medio de su frente.
Con el piafar de espuelas,
a rastras por las calles,
va escribiendo con versos, retazos hechos trizas,
su vida en los renglones
de un viejo celuloide,
desmemoriado injusto del destino y la suerte.
¡Madre, deja la sombra, y no juegues con ella!
¡No la lleves a rastras, entre flores de almendras!
Que te canten los clérigos,
que dios no te ha olvidado, que son inescrutables
sus racimos de estrellas... viandas del universo,
maná para tu boca,
ACOMPÁÑANOS SIEMPRE,
con una rosa blanca
acaso sin perfume,
el color de tu cara, el brillo de tus ojos
y esa sonrisa nueva que, fresca, te acompaña...
ACOMPÁÑANOS SIEMPRE.
Mayo del 2003, del poemario inédito Con los ojos abiertos.
Si has llegado hasta el final de este poema, te lo agradezco. Lo he introducido porque, en general, todo lo que aquí aparece es improvisado, y quería ofrecer al lector fiel algo más elaborado. Te animo a que veas las fotos. Gracias.