Sol, maestro, voraz escultor incontrolable,
maestranza del cincel y del dibujo,
tallador de las minucias amarillas,
de los rayos sublimes en figuras.
En tus marmoleñas estatuillas
creas la perfección de la escultura,
el acabado impecable de los cuerpos
que se muestran intachables a la vista.
La perfecta armonía,
la única y pertinaz efigie delineada,
la absoluta pureza de las formas.
Día a día en tu fruto
el rayo cobrizado de tus brazos
se plasma como arte en la celestial
niquelada de la talle,
y emerge entonces singular, maravillosa,
virtuosa, natural,
la obra en que te esmeras
mas allá de todo acto.
Después me presentas,
me dejas palpar la grandeza y su hermosura,
la dorada obra de su cuerpo,
y aparece bella, bronceada,
desnuda, esculpida.
Entonces me desnudo,
y me fugo con ella al infinito.
Salvador Pliego