Al entrar en los años me hice acompañar del sosiego. Afronté los obstáculos con la dignidad del guerrero, sin armas, ni escudo, sólo con el corazón abierto; aunque, de vez en cuando, un frío gélido, desconcertante, te va dejando medio muerto. Puñaladas, zancadillas, desamor, te abren los ojos desde un mundo ciego. La desconfianza se apodera de cada instante, de cada momento, hasta que una sonrisa infantil, unos enormes ojos negros, reclaman tu ayuda, te extienden sus brazos abiertos. Te cargan las pilas, te abren el corazón nuevo. Un orgullo interior te cubre las sienes de un blanco intenso.