Que pena él haberte perdido,
y recién entonces, darme cuenta,
cuanto te amaba, y cuanto te amo.
Pero ya es demasiado tarde,
porque Señor, me la mandaste tan tarde,
cuando ya no me quedan fuerzas,
cuando ya no me queda nada.
Y lloro su ausencia, que tanto duele,
y el silencio, en que estoy sumido,
ay, pobre, de mi alma triste,
tan triste como mi vida toda.
Me dueles tanto amor,
en lo más profundo de mi alma,
ese suspiro que arranca de mi corazón,
esa lágrima que cae y no puedo detener.
Dame fortaleza Señor,
ahora que se me acaba.
Lupercio de Providencia