Yo simplemente le canto a la vida
en un canto sin voz y sin tonada,
reemplazando las notas con palabras;
le canto a todo lo que he aprendido
a conocer de la naturaleza humana
y a aquellos misterios de los siglos
que siguen siendo incógnitas sagradas.
Mi canción se abre paso entre la niebla
del miedo, de la duda y la ignorancia,
abriendo brecha a tajo de mi verbo
por entre los breñales espinosos
del dogmatismo y de la intolerancia.
Mi canto se abre paso, luminoso,
por encima del tiempo y la distancia.
Mi cantar no pretende erigirse
en juez de las conciencias ni las almas,
mi canto no pretende dirigirse
tan sólo a las mentes privilegiadas;
yo canto para que me escuche el viento,
repitan mis cantares las montañas
y se esparza cual semilla mi palabra.
No quiero en mis canciones, neciamente,
ser único custodio de verdades
que van cambiando al paso de la historia,
no canto para halagar vanidades
ni persigo, en mi canción, fama ni gloria.
Yo canto para las eternidades
y es mi canto el fiel reflejo de mi euforia.
Destilo, gota a gota, las palabras
cual gemas brillantes y esplendorosas,
y engarzo con palabras y con rosas,
con cantos en mis versos, la guirnalda
que ciñe a la virtud y a la franqueza.
Le canto con mis versos a las cosas
que encierran una auténtica grandeza.
Es mi canción sin tiempo testimonio
de mis pasos por la ruta de la vida,
fiel testigo de la senda recorrida,
de mis triunfos, mis tropiezos, mis fracasos.
Es mi canto el universal patrimonio
y compendio de lo que llevo aprendido,
lo ganado y lo perdido en la partida.-