Esa presencia tuya sobre mi espacio breve
tan cálida, tan única, tan blanca de mujer
es sólo de tu espíritu la esencia que me mueve
a andar entre los límites del ser y del no ser.
Cuando apareces diáfana, traslúcida a mi vera,
arrancas los suspiros de mi alma que, extasiada,
parece levitarse sobre su misma nada,
quedando de tu aroma cautiva y prisionera.
Yo vivo, pienso, siento y actúo en consecuencia
sin ciencia, solamente llevado por mi instinto
y voy como un autómata en pos de tu presencia,
rendido Minotauro bajo tu laberinto.
Te adoro, luego, existo. Y estás ahí y existes.
Mi corazón es una cosecha de esperanzas;
te espero y desespero mirando que no avanzas
y son mis días grises y son mis noches tristes.
Tu devenir perenne, tu mutación constante
suscita los más hondos conflictos de mi vida
pues pese a estar tan cerca te siento tan distante
que ya no sé ni dónde se encuentra la salida.
Yo ya no vivo de esas sorpresas y aventuras
que mueven como el viento las aspas del molino.
Estoy configurado lo mismo que el camino
sembrado de alegrías y pleno de amarguras.
Y soy también alérgico al sol, al agua, al viento.
La fe que antaño fuera motor de mi existencia
hoy logra solamente rondar mi pensamiento
y humedecer mis ojos; pero sin consistencia.
Mi vida es una pobre parábola sin luna,
sin brújula, sin frenos, sin norte, sin estrella
y soy equidistante de tu menuda huella
tan inconstante como la caprichosa duna.
En fin, amor. Mi lucha por fin ha terminado
y para mis preguntas no caben las respuestas.
Comercio con mis sueños como un enamorado
que de ilusiones teje sus años y sus fiestas.
Auténtico promuevo rebelde mi existencia;
esclavo de mis dudas, certezas voy sembrando
sobre los cartabones que van condicionando
mis últimos suspiros con esa tu presencia.