El día de tu boda.

Toda vestida de blanco, reluciente como el sol
va orgullosa la novia, del brazo de su amor.
Él la mira a los ojos y le da las gracias a Dios,
por haber puesto a su lado aquel pedazo de sol,
que le caliente en invierno y le llene de ilusión.
Juntos entrarán por la puerta de la Casa del Señor
y la música nupcial les llenará de emoción.
Se oyen entre murmullos, a los lados de los dos:
-¡Qué guapa, qué preciosa, ay que bonita visión!
-¡Él no va nada mal, parece todo un milord!
-¡Qué planta que gallardía, parece el Rey Salomón!
lo digo por la sabiduría, al haber elegido bien
a la compañera de sus días
y traerla hasta el altar presentándola a su Dios,
en presencia de testigos todos llenos de emoción.
Andando por el pasillo que les lleva hasta el altar,
van los novios muy nerviosos, tan nerviosos como un flan.
Él mirándola de reojo y sin poderse aguantar,
le encoge un poco los labios, como si la besara ya.
Aquella dulce paloma se empieza a ruborizar
y una sonrisa aflora de su cara angelical.
Ya terminan el paseito y se presentan al Pastor
que los coge de la mano, para unirlos ante Dios
y de aquellos labios sonrientes se oye una afirmación:
-Sí quiero responde ella, toda llena de emoción.
-Sí quiero dice él, acelerando su corazón.
-Puedes besar a la novia, les dice entonces el Pastor.
Se miran los dos a los ojos ofreciéndose su amor
y aquellos labios se rozan, con ternura y con pasión.
Se dan entonces la vuelta y se arrodillan ante Dios
para darle así las gracias por inmerecido don.
-Te doy las gracias mi Dios, le dice el novio así,
por este momento feliz y te ofrezco a mi mujer, el mayor tesoro para mí.
-Te doy las gracias mi Dios le vuelve la novia decir,
y también te ofrezco a tí, la rosa más valerosa que ha crecido en mi jardín,
pues te ofrezco a mi marido que en verdad es para mí,
el más precioso tesoro, que pueda yo conseguir.
Ahora juntos de la mano, descienden del altar
y abrazan a sus hermanos, familiares y demás.
Allí todo es alegría y bien se puede apreciar
que en alma de todos hay paz y felicidad.
La fiesta ya ha terminado, todos van a descansar,
el novio coge a la novia y juntos van hacia su hogar.
Él no encuentra la llave, tan nervioso como está,
por fin la tiene en la mano y la puerta abierta está.
Se miran los dos a los ojos y al entrar en el portal
se unen en un dulce beso que a ella deja “pasmá”.
Él la coge entonces en brazos y con la máxima suavidad
la deposita en la cama del dormitorio nupcial.
Ahora los dos muy juntitos no se dejan de mirar
él le acaricia el cabello, con una suavidad tal
que ella allí se estremece y sin poderlo aguantar
le coge al novio la cara acercándole hacia si
y sus labios le ofrece todos llenos de carmín,
él la besa entonces aplacando así su sed
en aquella fuente fresca que le ofrecen para beber.
Se separan un instante y se vuelven a contemplar
con unos ojos brillantes llenos de felicidad,
Él le acaricia los hombros, empezando ya a atacar
y el vestido de la novia, le empieza a desabrochar
y aquella dulce paloma que está nerviosa como un flan
se pone de mil colores, a punto de desmayar
él sigue con su tarea y cuando ya desnuda está,
empieza con su ropa, también a desnudar.
Ya están los dos desnudos, como los creó Dios
y ahora juntos se funden en uno solo señor
y ya solo queda que todos pidamos a Dios
para que la felicidad les dure mientras vivan los dos.