Barrotes de oro

Cuentan las más antiguas leyendas,
Que hace un tiempo largo e inmemorial
Existió una hermosa princesa que vivía
Entre horribles barrotes de oro infernal.
Su vestido era color de la noche,
Con estrellas plateadas y brillantes,
Dicen que de cara de ángel
Aunque de ojos soñadores y anhelantes.
La decían de oro y de plata,
De todo tipo de dones bendecida y tocada,
Pero nadie sabía o quería saber
Que muy en el fondo se sentía rota y tacada.
Nadie pudo o quiso comprender lo que sentía,
Por eso entre gritos al destino despiadado conjuró,
Y con los brazos alzados al cielo
De sus riquezas para siempre abjuró.
La historia cuenta que una negra noche de lobo,
En que ella llorando a más y no poder,
Arrancó de sí joyas vestido y dones
Y en el fuego del dolor impasible los miró arder.
Arrodillada en el barro cercano al lago,
Tras cogerlo con sus manos por su rostro lo extendió,
Agarró piedras punzantes con sus manos y se dijo,
Que de sus manos toda suavidad desapareció.
Maldita la condición que elegir no pudo,
Tanto el oro y plata que lo odiaba
Y conjurando en secreto al destino despiadado
Llorando al espejo se miraba.
Sin dulzura ni rostro de muñeca,
Fue valiente y encaró al cruel destino,
Y siendo lo que nunca fue,
Valiente se aferró a aquel oscuro camino.
Rostro de muñeca dulce y suave,
A la que nadie cree otra cosa que suicida,
Que las joyas cambió por barro
Para no tener otra cosa que una vida.
Por ventura alguien le dijo,
Que tenía una posibilidad
A cambio de olvidar quien fue
Para tener su oportunidad.
La guardia intentó prenderla,
Creyéndola presa de algún tipo extraño de locura,
Y tras mostrarle un espejo le pidieron
Que recobrara la cordura.
Sin ser de hierro se las vio con ellos,
Pero con sus manos ahora rudas los venció
Y con su rostro cubierto de barro
A gritos uno a uno derrotó.
Se cuenta que al hacerse de hierro
La vida se le iba en realidad,
Pero mil veces ha muerto
Y nacido de verdad.
Algunos dicen que finalmente lo consiguió,
Y que de plata jamás nunca volvió a vestir,
Otros dicen que murió en el intento
Y que maldijo al cruel destino al morir.
Aunque muchos aferrados al oro y la plata
Los ojos ante esto prefirieron cerrar,
Y a esta extraña princesa
Se afanaron fuertemente en olvidar.