Arroja tu cuerpo junto al mío,
deja que les echen rosas, tierra o fuego,
que les lloren por un buen rato
para que dejen su condena a un lado.
Al fin, sin miedo a morir,
sin que el tiempo nos intimide
y la distancia nos humille,
podremos recorrer el mundo
eligiendo cualquier fuente como hotel,
desayunando libros y bañándonos con café.
Somos más viejos que las pirámides flotantes,
somos el ciclo infinito del agua,
tú te deslizas como serpiente hasta el mar
y yo me congelo cuando naufrago sobre tus ojos.
Deja que nos evapore el sol
y que el invierno nos lleve muy al norte de cualquier lugar,
que el rayo nos parta
y nos dejemos caer sobre las ramas de un Serbal,
que sobre unas bayas rojas
un Zorzal beba vida de tu risa de niña.
Pero por favor nunca dejes que nos encuentre Dios,
para que nunca nos regrese a nuestro estado mortal.