Odio el amor puro de los poetas,
sus deliquios, sus rosas, sus monsergas,
sus vinos de luna, sus sopas de estrellas,
sus purés de espuma. Al más caro
perfume, prefiero la esencia
de una gota de orina
en la cara interior de tus muslos,
el lunar de sangre en tu pezón mordido,
el sudor de tus axilas y de tu cuello,
rusientes por la abrasión voraz
de mis labios y de mis mejillas, y el flujo
que destilan los pétalos de tus mucosas,
el veneno lisérgico de tus entrañas,
y la baba espesa de tu boca herida
de lujuria, y el placer gritado
como una blasfemia contra todos los dioses.
Prefiero mi dolor cuando te amo, la fugaz
visión de los horribles secretos
que atesoras mientras gimes,
la premonición fúnebre
que entonan mis caderas
sobre el enigma onfálico de tu vientre
tensado por un deseo de aniquilación.
Más que tu entrega, más
que tu ternura, prefiero
la angustia de tu huida,
tu abandono inaccesible,
la incógnita de tu ser en mí,
el odio sordo que me profesas
por amarme, mi extravío
en tu intangibilidad abrumadora,
el misterio, en fin, que representas
y que espero, ruego a Dios,
no desvelar jamás.