TE DOY MI MANO

Y sostuve su mano contra mi mano,

Me apretaba bien fuerte y con una mirada de ternura se despedía.

Rafael, paciente de covid con 85 años y a penas sin fuerzas para respirar

Me tiro al aire un beso, el que él me quiso regalar.

Solo soy una simple auxiliar de enfermería,

Que dejó de escribir sus poemas, porque mi tiempo integro lo dejé para la labor que desempeño.

Tuve que fingir ser su hija, mientras Rafael se debatía entre la vida y la muerte.

Solo entre cuatro paredes, donde la luz es tenue y el rostro cubierto por una mascarilla,

Entre la vida y la muerte, el delirio y el deseo de respirar,

Respirar del aire con no llega a sus pulmones y aguantar un día más.

Muere Rafael, el hombre que durante unas semanas fue el padre al que cuide como si fuera el mío propio.

La familia lo llora, pero lo que no saben ellos, es que yo también lloro la perdida de mis pacientes.

Tantos días que pasan y esta dichosa pandemia sigue dando la tabarra.

Si de todo esto he sacado algo en claro, es que la vida sigue y que nosotros seguimos luchando.

Sigo sosteniendo las manos de otros y la alegría es inmensa cuando los ves marchar a sus casas con sus familias y te recuerdan como a esa persona especial que sin pedir nada a cambio te ofrece su mano y sus cuidados para que tú puedas volver a casa con los tuyos y seguir viviendo otra etapa más en la lucha diaria.

Somos los que amamos nuestra profesión y que con devoción cuidamos a los que en algún momento de la vida nos lastimaron.

Somos los que trabajamos sin rencor ni maleficencia, porque allí donde estamos cultivamos nuestra paciencia.

Somos la empatía personificada, porque entendemos el dolor interno, el vacío que en algunos momentos tenemos que llenar.

Somos las lágrimas de alegría porque regresas a tu casa, y también de tristeza porque tu cuerpo no ha podido más con el virus que ha visitado todos los recovecos de tu cuerpo hasta dejarlo agotado.

Solo soy una simple auxiliar, que lava el cuerpo del moribundo para que muera con dignidad.